miércoles, 22 de mayo de 2013

Encerrado


Desperté, sin saber dónde estaba, apenas recordando quién era. Lo primero que noté al abrir los ojos fue la pequeña rendija por donde se filtraba una cantidad muy pequeña de luz; después de eso, la más completa oscuridad. Intenté incorporarme, pero un fuerte dolor de espalda me obligó a quedarme en mi posición. Apoyé una mano en el suelo, sorprendiéndome ante su textura terrosa, llena de polvo, como si no hubiese sido limpiado en centurias.
Escuchaba el ruido de la lluvia afuera: lluvia torrencial, al parecer. Iba a tener que limpiar el patio mañana… ¿pero de qué patio hablaba, si sabía que no estaba en mi casa? Lo último que recordaba era caminar por la vereda, yendo al mercado del pueblo, y un ruido chirriante y un golpe y oscuridad.
Algo había pasado, era indudable. Intenté levantarme nuevamente, ahora con mucha más facilidad: el dolor de espalda se había calmado, y ahora solamente era un dolor general, en cada parte del cuerpo, pero casi inexistente de tan leve. Me incorporé en el pequeño espacio que tenía y miré alrededor, tratando de penetrar en la negra neblina que me rodeaba, con pocos resultados.
Con algo de miedo me acerqué a la rendija, que aparentemente coronaba una especie de puerta de metal. Mis ojos se acostumbraban a la penumbra segundo a segundo y ya distinguía algunas formas: al parecer estaba en una especie de depósito, con un par de cajas acomodadas en las paredes y otras tiradas por doquier. Me di vuelta nuevamente (por décima vez, más o menos) y me asomé por el pequeño agujero de la puerta: se veía una especie de pasillo, pobremente iluminado, y enfrente había otra puerta, casi idéntica a la que estaba tocando yo.
Obviamente, la puerta no abría; de hecho, ni siquiera tenía picaporte. Me senté de espaldas a la puerta y, calmando un poco la respiración, intenté otear el lugar en el que me hallaba, sin poder ver nada nuevo, excepto que las cajas estaban en una especie de nichos, como si fuese una…
Como si fuese una cripta.
Quedé paralizado. La ausencia de picaporte, los nichos en las paredes, el polvo… Era inverosímil e improbable, pero todo indicaba que estaba en un panteón. Busqué en los bolsillos de mi pantalón, buscando lo que sea que pudiese ayudarme, pero no, no había absolutamente nada. Quien sea que me haya puesto ahí, me había despojado de todas mis pertenencias, incluyendo la ropa: recién me daba cuenta de que estaba vestido distinto, hasta tenía una corbata en el cuello.
Lo que antes era una vaga sospecha ahora tomaba forma en mi mente, sacudiendo mi imaginación hasta límites peligrosos: me habían secuestrado y me habían metido dentro de una cripta, quién sabe con qué propósitos. Yo no era precisamente rico, y mis problemas con los demás habitantes del pueblo no pasaban de ser algo normal, nada mayor que una disputa por los ladridos de mis perros o algún chisme ocasional, nada que justifique un intento de homicidio (creo). Pero los hechos, los fríos hechos eran los que podía palpar en la oscuridad: me hallaba en un lugar extraño, encerrado, con otra ropa y despojado de lo que llevaba encima.
Empecé a moverme por el suelo, buscando algo útil entre el polvo. Si hubiese sido el protagonista de una película probablemente hubiese encontrado un encendedor o algún clip para abrir la puerta, pero en la vida real las criptas suelen estar vacías, sacando los ataúdes y los mue…
Y los muertos.
Entre la adrenalina de la situación, no me había dado cuenta de lo que significaba estar encerrado en una cripta. Nunca fui supersticioso, pero bueno, estar encerrado con un montón de cadáveres le destruye el pragmatismo a cualquiera. Rápidamente le dirigí un centenar de miradas nerviosas a cada ataúd (o lo que yo suponía eran ataúdes), esperando a que repentinamente alguno se abriera y viera salir una mano putrefacta, mano que me ahorcaría hasta la muerte.
Pasé eternos segundos en mi vigilancia nerviosa, tratando de impedir con el solo poder de la vista que los espíritus abandonaran su prisión de pino. Por suerte para mí, nada pasó, y los muertos estaban muertos.
Las pupilas se me habían dilatado lo suficiente como para observar un par más de detalles de mi entorno, y pude observar que lo que yo pensaba que era una cripta estaba bastante abandonada, exceptuando un camino limpio desde la puerta hasta donde suponía que me había despertado, hecho por mí mismo. Aparentemente me habían acostado dentro de los restos de un ataúd que habían bajado de su correspondiente nicho: el féretro estaba sobre el suelo, bastante desarmado. No pude evitar una pequeña arcada al pensar que quizá había estado acostado en el último lugar de reposo de algún muerto.
Observando más, tuve una sensación de familiaridad con el panteón, como si ya hubiese estado ahí alguna vez… Sí, probablemente había ido a visitar a algún familiar a algún panteón del mismo cementerio, porque prácticamente no me cabía duda de que estaba en el cementerio de mi propio pueblo. Y, bueno, todas las criptas se parecen, más cuando uno se halla adentro, sin luz y con unos nervios capaces de matar a alguien con problemas cardíacos.
Estaba perdiendo el control, definitivamente. Veía sombras, escuchaba lentos chirridos, sentía gritos en la lejanía del cementerio.  Sabía que era cuestión de esperar hasta la mañana, cuando alguien pasara por el pasillo que recorría las criptas y me pudiese escuchar, pero realmente no pude contenerme y grité, grité hasta quedarme afónico. Al principio con cierto reparo, porque a veces uno no quiere hacer ruido para no alertar al monstruo que está debajo de la cama o en el nicho de la cripta donde te encerraron, pero no pude contenerme y grité como nunca grité en toda mi reputísima vida.
Obviamente, nadie me escuchó. Obviamente, seguí encerrado, ahora con un dolor quemante en la laringe. Y seguía con miedo, porque los fantasmas no existen hasta que ves una pequeña sombra en el pasillo y ya te estás encomendando a Jehová, Cristo y el Espíritu Santo para que te salven de una muerte segura, ves que fue un juego de luces y te cagás de risa mientras te fumás un pucho. ¿Estaba desvariando? Probablemente, pero pensar de una manera febril era lo único que me separaba de darme la cabeza contra la pared hasta morirme. Quizá no parezca que estaba en una situación desesperante, pero tenía los nervios destruidos, y no dejaba de ver un espíritu o un no-muerto en cada rincón, en cada tapa de ataúd.
Pasé el resto de la noche balanceándome en un rincón mientras tarareaba una y otra y otra vez el estribillo de alguna canción de moda. Me levanté como un rayo para asomarme a la rendija ni bien vi el primer indicio de luz alba: debían de ser como las seis o seis y media de la mañana, más o menos.
Por primera vez desde que desperté, esbocé una pequeña sonrisa, aunque haya sido una sonrisa nerviosa en un rostro destruido. Volví a mi asiento esquizofrénico de rincón y seguí ahí, ya no balanceándome pero si tarareando, cuando sentí una pequeña picazón en el cuello. Llevé mi mano lentamente hacia atrás, pasándola primero por el hombro, recorriendo lentamente el cuello de la camisa.
Llegué hasta la base del cuello, y me quedé helado. Si mi tacto no me engañaba, me faltaba un pedazo de carne en la nuca. Podía sentir trozos de mi piel colgando y la carne fría. Retiré la mano cuando toqué el hueso de la columna vertebral.
Realmente iba a enloquecer. No sólo estaba encerrado, sino que también estaba gravemente herido, quién sabe cuánto. Lo peor de todo es que realmente no me dolía… ¿El cuerpo me estaba protegiendo del shock? ¿Estaba agonizando?
Temblaba. No sólo le temía a los espíritus ancestrales que podían habitar una cripta sino también a mi estado de salud y a la gente que me había hecho eso. Necesitaba salir de ahí, necesitaba atención médica, necesitaba… necesitaba un descanso.
Ya entraba una cantidad de luz bastante respetable, luz solar, iluminando la pared que estaba diametralmente opuesta a la puerta. La luz que se filtraba iluminaba parte del nicho donde se hallaba el ataúd removido, el ataúd donde había despertado. Movido por la curiosidad, me acerqué al lugar, para ver en la pequeña placa de bronce quién había sido perturbado en su eterno descanso por mis agresores.
Un paso a la vez me acerqué, entornando los ojos.  Era extraño, pero con la presencia de un hilo de luz el lugar era más sombrío, más amenazador, en una burla al febo. Pasé por arriba de los restos del féretro y me acomodé como pude para poder ver la placa en donde estaba el nombre del ocupante del ataúd.
Si mi corazón hubiese estado bombeando sangre se hubiese detenido, porque la placa de bronce, en muda burla, ostentaba mi nombre.


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jueves, 16 de mayo de 2013

La ventana abierta


-Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.
-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.
-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.
-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.
Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.
-Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.
-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.
-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.
-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.
-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.
-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?
-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.
A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.
-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre “¿Bertie, por qué saltas?”, porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana…
La niña se estremeció… fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.
-Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.
-Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.
-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad?
Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.
-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.
-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva… pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.
-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.
En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: “¿Dime, Bertie, por qué saltas?”
Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.
-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?
-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.
-Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.


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martes, 14 de mayo de 2013

Mala elección


El trabajo en la universidad San Marcos se había alargado más de lo previsto, obligando a Meylin a quedarse con sus compañeros más tiempo. Finalmente cuando terminaron el trabajo salieron de la universidad a las nueve de la noche, hora muy difícil para encontrar un autobús que los llevase a casa, más aún porque ese día era feriado.
Meylin era la única que vivía lejos y que debía encontrar un bus que la llevase si no a su casa, lo demasiado cerca para caminar hacia ella. Todos sus amigos ya se habían retirado por otros caminos, y a esa hora le daba la impresión de estar siendo observada.
La suerte junto con la paciencia de la joven estudiante se veían ahora empapadas por la frecuente lluvia que empezó a caer, mientras la joven seguía mirando hacia la pista con la esperanza de encontrar a un bus que la pudiese recoger.
Al pasar más de cuarenta minutos de espera, los ojos de Meylin se iluminaron por lo que parecía ser un bus que exactamente tomaba la ruta que llevaba a su casa. El bus de detuvo y Meylin rápidamente subió en él empapada, pero con mucho alivio de saber que llegaría a su casa después de una larga espera.
Meylin se mostró muy extrañada al ver que, al subir al bus, éste estaba completamente lleno. Cada uno de los asientos estaban ocupados, excepto uno que se hallaba justamente al final. Además de esto, un sujeto muy desaliñado se encontraba parado al frente de todos.
Meylin caminó con cautela hacia el último asiento y se sentó al costado de un hombre de edad. De ahí en adelante sólo se preocupó por mirar a la ventana y descansar sus pensamientos. El cansancio hizo que no se preocupara por escuchar lo que el sujeto decía, sólo le preocupaba llegar a su casa y no coger un resfriado por esperar bajo la lluvia al bus.
El sujeto de pie entonces tomó asiento mientras que la persona que se sentaba a su lado se paró en el mismo lugar. A Meylin ahora sí le pareció extraño; otro sujeto se había parado al frente de todos, y expuso, con voz relajada:
—Pues buenas noches supongo… eh… sería cortarle primero los dedos de ambas manos, e ir terminando por los del los pies —dijo el sujeto que se movía de un lado a otro algo vacilante—. Y pues, eso es todo, gracias.
Luego regresó a su asiento mientras que otra persona se levantaba y ocupaba el mismo lugar, al frente.
—Buenas noches, mi nombre de Estefania. He pensado en clavar unas cuantas agujas —dijo la señora ahora de pie, mostrando una bolsa con largas agujas— para prolongar el sufrimiento y la tensión en su cuerpo. Gracias.
Todos los pasajeros miraban al frente, como testigos de algún caso. La señora se sentó y tomó su lugar el sujeto que se encontraba a su costado. Meylin empezó a sentir mucho miedo, cada uno de los pasajeros se paraban al frente para confesar alguna clase de bajeza frente a los demas; ¿qué era este lugar? ¿Quiénes eran esas personas? Meylin, por suerte, se sentaba al final; pero sabía que eventualmente debería pararse al frente y exponer como los demás lo hacía… la duda de la joven era ¿qué si no tenía nada que confesar? ¿Qué pasaría entonces?
—…por eso al final le rompería las piernas con este martillo —dijo el joven ahora de pie, sacando de su mochila un martillo oxidado y levantándolo para que los demás lo vieran—. Eso sería todo, gracias.
Sólo faltaban cinco pasajeros más, y le tocaría a Meylin salir al frente; ¿pero qué iba a decir? ¿Acaso se tenía que inventar algún gusto grotesco para poder subirse al bus? En ese momento comprendió que el bus en que se había subido no era exactamente un bus que cobraba alguna clase de pasaje para llevarte a tu destino, sino que lo hacía gratis, pero a cierta clase de personas, con cierta clase de intenciones.
—Buenas noches, mi nombre es Julian, tengo 38 años y como muchos de ustedes me encanta el sexo forzado. Lo primero que haría sería tocar su cuerpo para excitar a mi víctima y después clavarle mis dedos en los ojos hasta que salgan disparados por la presión. Ya después besaría los orificios en donde alguna vez estuvieron esos dos hermosos ojos. Muchas gracias y buenas noches.
El hombre, después de delatar sus intenciones, se sentó de lo más tranquilo en su asiento, mientras que los otros pasajeros parecían acostumbrados a tales declaraciones. Sólo faltaban cuatro personas y sería el turno de Meylin.
La joven universitaria estaba totalmente asustada por lo que sus oídos escuchaban. Intentaba ocultar su miedo para intentar encajar con los demás, y asimismo intentó idear alguna perversión que tuviera oculta. Entonces pensó en una noticia reciente sobre un extraño sujeto que comía trozos de carne de sus víctimas mientras las violaba; era algo totalmente repudiante para ella, pero si tenía que decirlo de forma convincente para llegar a su casa sana y salva, lo haría.
Después de que el sujeto que se sentaba al costado de Meylin expresara el deseo de arrancarle el cabello a sus víctimas de un tirón con sus propias manos, Meylin respiró hondo y se preparó para pasar al frente.
Pero en el momento en que el hombre volvió a sentarse a su lado, algo sumamente extraño sucedió: todos los pasajeros voltearon sus cabezas para mirarla. Fue algo muy perturbador para Meylin por la sencilla razón de que ninguno había mostrado señales de movimiento durante toda la estancia de la joven en aquel curioso bus. Aun así, tragó saliva, y se paró para ponerse al frente de todos los pasajeros del bus, quienes ahora la miraban con grandes sonrisas, todas con un tono de perversión grabado en ellas, como si después de tanto tiempo pudieran cumplir sus fantasías.
Meylin no demoró más en darse cuenta de la situación, e intentó romper la ventana que tenía más cerca de ella para lograr escapar; pero ya era tarde, los pasajeros se habían abalanzado sobre ella y cada uno la reclamaban para poder saciar esas bajas pasiones y esas filias que guardaban en su interior.
Meylin empezó a sentir fuertes golpes de martillos en ambas rodillas, agujas que se le clavaban por todo el cuerpo, mordiscos y toda clase de torturas que los pasajeros desplegaban contra la pobre joven.
Definitivamente, tomar un bus lleno a altas horas de la noche fue una muy mala elección.


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domingo, 5 de mayo de 2013

Por favor, abre la puerta


Han pasado tres años desde aquella noche.
Yo no debí haber estado ahí, ellos lo sabían. Ese día salí muy temprano a la casa de un amigo, aún lo recuerdo muy bien, sus padres no estarían y tenía un nuevo videojuego de terror; pasaríamos toda la noche jugando.
Ellos lo sabían, yo no debí haber estado ahí esa noche, mi amigo debió estar solo. Ellos lo habían observado por días como hacen siempre y sabían que esa noche estaría solo. Desde el momento en que lo eligieron, no había marcha atrás.
Pero, tal vez quieras saber quiénes son ellos. Bueno, la verdad… no estoy seguro aún, sigo sin asimilar lo que pasó aquella noche; pero te contaré lo que sé sobre ellos, para que tengas cuidado.
Ellos se encuentran en todas partes, en ningún lugar estás exento de ser su víctima. Eligen a una persona, no sé bien cómo lo hacen o en qué características se basan, pero una vez que te eligen no cambian de opinión; te vigilan, te estudian y estudian a todas las personas que conoces. Día tras día te observan cuidadosamente sin que tú te percates de su presencia.
Y esperan la noche en que su víctima estará sola, es en ese momento cuando empieza todo.
Aquel día llegué alrededor de las 8:00 p.m. a su casa, sus padres habían salido desde temprano y él había preparado todo lo necesario para pasar jugando toda esa noche. Al día siguiente no habría clases, así que yo regresaría a mi casa por la mañana. Pasamos un buen rato jugando, el tiempo pasó tan pronto que cuando nos dimos cuenta ya era la una de la madrugada. Nos habíamos llevado algunos sustos con el juego, así que comenzamos a hacer bromas con la situación; ahí fue cuando todo se comenzó a poner raro. Comenzamos a escuchar ruidos extraños fuera de la habitación, que al principio pensábamos que no eran nada importante, e hicimos algunas bromas en relación a lo que jugábamos. “Deben ser los zombis que vienen por nosotros”, nosotros sólo reíamos. Pero nos comenzamos a poner tensos cuando el sonido comenzó a escucharse más claro: eran pisadas, se escuchaban pisadas por todo el pasillo fuera de la habitación.
—¿Crees que tus padres hayan regresado? —le pregunté, a lo que él respondió que sus padres regresarían hasta el día siguiente, por la tarde. Además, el número de pasos que se escuchaban eran demasiados como para ser sólo sus padres. De pronto, después de oír todos esos pasos acercándose cada vez más a la puerta, hubo un profundo silencio.
—¿Hay alguien afuera?… ¿Quién está ahí? —comenzamos a preguntar nerviosismo, estábamos seguros de que había alguien afuera; pero esos sonidos, ¿quién podría ser? En la habitación en la que estábamos había una computadora que mi amigo había encendido desde que comenzamos a jugar, era una costumbre suya. Se escuchó un sonido que provenía de ella, un sonido familiar, pero que con el nerviosismo que teníamos en ese momento nos provocó una reacción de sobresalto a ambos. Era sólo un correo electrónico que le había llegado, pues también había dejado la ventana de su correo abierta. Ver esto nos provocó algo de sosiego y hasta reímos un poco; sin embargo la tensión llegó a nosotros nuevamente al notar algo raro en el correo: la dirección de quien lo enviaba era irreconocible, una combinación aleatoria de números y letras, como “vg3fs7c9s4fg…”. Dudamos un poco abrirlo, pero él decidió hacerlo. Quedamos completamente paralizados al leer lo que decía el correo.
“Pase lo que pase, no abras la puerta”.
Con tan sólo leer esas palabras una sensación completamente rara invadió mi corazón, en ese momento en verdad sentía pánico, pero el mensaje decía más.
“Ellos están afuera. Por favor, hagas lo que hagas, escuches lo que escuches, no abras la puerta. Intentarán convencerte de que lo hagas, tienen mucho métodos; pueden fingir ser alguien que conoces, un familiar, un amigo, y sus voces sonarán iguales, tal vez te pidan ayuda, te dirán que están lastimados, te suplicarán que abras la puerta. Pero escuches lo que escuches esta noche, no abras. Trata de ignorarlo, trata de dormir, mañana todo estará bien. Ellos jugarán con tu mente; no lo permitas. Por favor, créeme, ¡¡no abras la puerta!!”.
Cuando terminamos de leer yo no sabía qué pensar. Tal vez era una broma tonta de alguien, tal vez incluso era mi amigo quien me jugaba una broma… pero él tenia esa expresión, estaba tan asustado como yo, lo pude sentir. Además, yo vi que él cerró la puerta de la entrada principal, ¿quién pudo entrar? Estaba seguro de que había alguien ahí afuera tras la puerta. De pronto, el momento más aterrador que nos pudimos esperar; en ese instante un escalofrió recorrió todo mi cuerpo y me dejó paralizado. Una voz se escuchó, provenía de atrás de la puerta, mi amigo estaba seguro y yo lo puedo corroborar: la voz era la de la madre de mi amigo.
—Hijo, por favor ábreme, tu padre y yo tuvimos un accidente en el auto, estamos muy lastimados… por favor, abre, ayúdanos. —Al escuchar esto mi amigo sólo retrocedió un paso. Aún puedo recordar esa expresión en su rostro, estaba en shock, y yo estaba igual en ese momento, estoy seguro de que ninguno de los dos lo creíamos, ni sabíamos qué hacer.
—Hijo por favor, abre, ¿qué esperas? Necesitamos tu ayuda. —Sin lugar a duda ésa era la voz de su padre. Eran las voces moribundas de sus padres tras la puerta, clamando por ayuda. Mi amigo y yo permanecimos sin reacción por algunos segundos, después él volteó lentamente, y me dijo:
—Esos realmente son mis padres, necesitan ayuda, abriré la puerta. —Se propuso a dirigirse a la puerta, pero yo lo detuve.
—Recuerda el correo, lo que nos dijo que pasaría, ¿no se te hace extraño?, ¿qué tal si es verdad y ellos no son tus padres? —Él lo único que hizo fue hacer que lo soltara. “No digas tonterías”, me dijo. “Tú los escuchaste, ésas eran las voces de mis padres. El correo debe de ser una estúpida coincidencia”. Se dirigió a la puerta sin que pudiera hacer nada.
La verdad, no sé que me hizo hacerlo, pudo ser el miedo que me invadía, pero al verlo dirigirse a la puerta, lo único que pensé fue correr hacia un armario en donde mi amigo guardaba algunas de sus cosas y esconderme ahí. No sabía lo que pasaría, pero en verdad tenía miedo.
Lo que escuché a continuación aún no lo olvido, y hasta el día de hoy tengo pesadillas con ello. Él abrió la puerta, y después sólo pude escuchar sus gritos. Eran unos gritos desgarrantes, llenos de dolor y terror; yo no pude hacer nada más que permanecer inmóvil, hasta que después de un rato me quedé dormido.
Al despertar por la mañana, me extrañó ver el lugar en que me encontraba, y luego lo recordé todo. Salí del armario y en la habitación no había nadie. Noté de inmediato que ya era de día y que la puerta estaba abierta, así que decidí salir. Busqué por toda la casa esperando encontrarlo y que me dijera que todo había sido una broma, pero nada, mi amigo no estaba. En la tarde llegaron sus padres y les conté lo sucedido, llamaron a la policía y lo buscaron por días, pero él nunca apareció. El correo que le había llegado esa noche también desapareció, y para ser honesto creo que nadie creyó nada de lo que les había contado.
Aunque, no importa que nadie me creyera, yo sé lo que pasó esa noche y sé que ellos estaban ahí afuera. También sé que no debí haber estado ahí, que no debería saber que ellos existen.
Aún no sé por qué lo hacen, creo que sólo tratan de divertirse con las personas, con su pánico… alguna especie de juego. Cada día lo analizo y trato de aprender más de ellos, sé que sólo llegan en la noche y que pueden imitar cualquier voz, que si no abres la puerta ellos se irán, y también creo que siempre recibirás ese extraño mensaje de advertencia, debe ser parte de su macabro juego.
No debí estar ahí ese día, y no debería saber que ellos existen. Sé que algún día ellos regresaran por mí, pero pase lo que pase, no abriré la puerta.